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Analfabetos alimentarios

La periodista Laura Caorsi invita en su libro Comida fantástica a aprender a entender las etiquetas de los productos para blindar nuestra salud y advierte que en los envases y etiquetas “la fantasía está desatada”.

ste es un libro necesario. Imprescindible, diríamos, si quiere usted aprender a sobrevivir con cierto éxito y preservando su salud en la jungla de los supermercados y demás superficies donde se despachan productos que raramente son lo saludables que prometen. Se titula Comida fantástica. Manual de urgencia para aprender a leer los envases alimentarios y resulta de los más instructivo. Aborda su autora, Laura Caorsi, periodista y editora especializada en alimentación y salud, dos asuntos fundamentales: el gran engaño legal del marketing alimentario y la desprotección efectiva de los consumidores por su propia ignorancia. En definitiva, entender con rigor qué nos dice la etiqueta de cada producto, qué se oculta tras las ilustraciones de impacto o qué encubren algunas palabras mágicas es el mejor camino para enderezar unos hábitos que en Europa conducen ya a la muerte de 2,1 millones de personas por enfermedades cardiovasculares atribuibles a una mala alimentación (encuesta Eur. J. Epidemiología 2019). Así, esta es una publicación que no entraría en los supuestos enunciados por el catedrático de nutrición Abel Mariné, a quien se cita en el libro, respecto a las publicaciones habituales sobre alimentación”: Tienen cosas buenas y originales pero las buenas no son originales y las originales no son buenas”.

Ideas extendidas y asentadas

Partiendo de la idea extendida de que los productos que están a la venta solo pueden ser seguros y sanos, el prologuista del libro, Julio Basulto, dietista-nutricionista de la Facultad de Ciencias de la Salud y el Bienestar de la Universidad de Vic, establece tres elementos que impiden erradicar ese error de nuestras mentes: es una idea falsa que se expande continuamente, que “nuestro cerebro no está preparado para hacer frente a esa idea perniciosa” y que la industria se afana en ponernos difícil la reacción racional al fenómeno invirtiendo 2,5 millones de euros diarios – solo en el caso de España- “en anunciar comida, lugares donde comprarla o sitios para comer”, una cantidad que se suma al universo propagandístico de las etiquetas o los envases publicitarios.

El carrito vacío, la cabeza llena de promesas

“La diversidad alimentaria es un espejismo”. afirma la autora “en los envases de alimentos y bebidas la fantasía está desatada y esto entraña un peligro real”. Un dato: solo el 4% del público bien informado es capaz de identificar los azúcares añadidos leyendo el etiquetado de un producto. El etiquetado es un jeroglífico que, cumpliendo la normativa, vadea sus objetivos hasta conducir al consumidor por los meandros adecuados para incentivar la venta del producto sin que quien compra sea consciente del contenido real de lo que está adquiriendo. Esa sería la tesis. La idea es que los envases y envoltorios de los productos hacen la labor de un soporte publicitario que están pensados no sólo para incentivar el consumo sino como imagen “de lo que esa comida representa”. Para Basulto, el libro es “un agente antimicrobiano que combate ese parásito con eficacia, eficiencia y efectividad”.

Caorsi no se anda por las ramas: “Ir al supermercado sin pensar que nos van a manipular es como jugar a la ruleta rusa creyendo que la pistola está vacía” porque “entramos a hacer la compra con el carrito vacío y la cabeza llena de promesas”. La autora parte de la idea de que hacer la compra en el supermercado es una actividad cotidiana llena de trampas y que además no son fáciles de sortear. Advierte de que elegir alimentos en una sociedad hiper industrializada es un acto más complejo de lo que intuimos, que requiere más formación de la que tenemos, y exige “buena vista, convicción y paciencia”.

El libro pone el foco en el marketing sofisticado, en el sentido de que los mensajes que se trasladan al consumidor no son casuales, sino que forman parte de una estrategia bien elaborada y deliberada que tiene por objeto afinar los textos teniendo en cuenta que el consumidor va a emplear sólo unos segundos en leerlos. Así, la industria destina grandes cantidades de dinero a promocionar los productos mediante la elección de imágenes y palabras que nos llegan de forma impactante pero administrando u ocultando la información que les interesa. Y eso ocurre, advierte la autora, frente a consumidores desavisados, “que no entienden ese idioma ni tienen la formación adecuada para decodificarlo”.

En los envases alimentarios “no todo es lo que parece ni todo lo que se insinúa es veraz”, sino que “lo que se muestra es como mínimo una versión mejorada de lo que hay dentro y en no pocas ocasiones está muy alejado de la realidad”, insiste Caorsi.

La información como antídoto

¿Hay algún antídoto?. Sí: disponer de buena información y entenderla. Ese es el único camino para comprar con conocimiento. Sin embargo, ocurre lo contrario. Los envases cargados de símbolos gráficos, de mensajes marquetinianos y palabras destacadas nos impactan, juegan a la contra de la comprensión y terminamos eligiendo productos sin saber bien qué es lo que estamos comprando. Ni los productos light son necesariamente mejores, ni es lo mismo un contenido bajo en sal que uno reducido en sal, ni muchos alimentos, contrariamente a lo que predican, ayudan a dormir mejor o a aumentar la densidad de los huesos. Ni siquiera siempre es saludable que lleven fibra y vitaminas. “Una cosa es saber que un producto es insano y aún así comerlo o beberlo y otra muy distinta es consumirlo creyendo que es bueno, que tiene cierta calidad o que nos hará bien porque así lo sugiere su envase”.

Armas de seducción: el prestigio de nuestras abuelas

La autora reclama frente a la industria una ciudadanía formada, autocrítica, una legislación actualizada y unos controles eficaces. Pero mientras eso ocurre, sugiere que empecemos a aprender a leer la información alimentaria. El libro expone detalladamente y no sin cierta mirada irónica una serie de capítulos que recorren certeramente todo un universo destinado, según sus tesis, a sembrar cuando menos la confusión entre los consumidores y a inducirnos a comprar productos cuyo etiquetado no representa con rigor el producto que vas a ingerir. Abre el libro con un episodio titulado Paisaje alimentario: 10 postales y un apunte sobre el espacio que nos rodea, en el que aborda asuntos como el confort de la abundancia, el aumento de los ultraprocesados, el tamaño creciente de las raciones, el espejismo de la diversidad, el impulso de la falsa novedad, el secuestro de las emociones o lo que denomina “el arrullo de la publicidad”. En Comida fantástica: el poder de los envases para alimentar tu imaginación detalla las “armas de seducción de la industria” deteniéndose en los ingredientes, los nutrientes y en la elección de palabras ”huecas, pero evocadoras” y sobre todo en el “prestigio de nuestras abuelas”, cuya sola evocación nos transporta a un universo de cocina tradicional y sana, por más que sea un paraíso inexistente detrás de una etiqueta vintage.

Con un afán que bascula entre lo detectivesco, lo literario y lo científico aborda un episodio determinante llamado Delatores de fantasías: tres preguntas existenciales para conversar con un alimento envasado. Así, la autora formula, mirando cara a cara al etiquetado de los envases, varias preguntas existenciales: ¿quién eres?, dime tu nombre real, ¿de qué estás hecho? ¿qué contienes?. Explica que muchas veces los ingredientes están disfrazados, con especial mención a los aditivos alimentarios, los azúcares, las grasas y la sal.

Sumar, restar, porcentajes

El libro también sugiere echar un vistazo a las matemáticas, a los porcentajes, invita a hacer sumas, restas y reglas de tres para tratar de entender los ingredientes reales que lleva un producto así como las cantidades exactas. Ocurre como el fiambre de pavo, con la sopa deshidratada de ave o con la ensaladilla de cangrejo, que necesita algo más de investigación detectivesca para tratar de discernir cuánta cantidad real de carne de cangrejo lleva frente al surimi o palito de cangrejo. El 0,1%. “Los números cuentan más cosas que las imágenes y las palabras” afirma Caorsi, quien recomienda aliarse con los porcentajes del etiquetado para obtener información fidedigna sobre el contenido, la calidad real del producto y la relación que guarda el alimento con lo que anuncia en su etiqueta con grandes caracteres y colores atractivos. “Los porcentajes son estupendos delatores de la comida fantástica”, añade.

Alfabetización alimentaria

La escuela y el Instituto son dos espacios fundamentales para alcanzar una educación eficaz para los consumidores del futuro, insiste. Se trata de lo que se denomina “alfabetización alimentaria”, que debería ser de fácil acceso a toda la población, con independencia de su edad, el lugar de residencia o su nivel socioeconómico. Aprender a interpretar las etiquetas, el significado de algunas expresiones, distinguir la información de la publicidad y saber con certeza de qué manera lo que consumen impacta en su salud es fundamental para reducir enfermedades cardiovasculares y construir una comunidad de consumidores sanos y conscientes. De hecho, la Ley de seguridad alimentaria y nutrición de España, aprobada en 2011 ya aboga por esa línea. Pero como ocurre con muchas leyes justas y necesarias le falta impulso.

La comida fantástica existe gracias a la creatividad de los publicistas y la credulidad de los consumidores, pero es posible porque la legislación alimentaria “es como es”. Si la industria actúa como actúa es porque las reglas así lo permiten. Está bien regulado todo lo relativo a lo que comemos y bebemos, desde la elaboración en sí misma hasta la información y los mensajes. Ley y trampa. Porque las leyes a la vez lo prohíben y lo permiten todo. “No habría tantos ultraprocesados sacando pecho con las bondades de sus vitaminas ni tantas naves industriales preparando mermeladas artesanales de presuntas abuelas si las leyes definieran mejor los límites de la fantasía. La teoría de la autora es que la industria se aprovecha de los límites de las leyes en vez de respetar su espíritu. Y ha detallado su reflexión y su investigación en un perfecto manual de tráfico para circular por las carreteras de la industria alimentaria, repleta de curvas y de semáforos cuyos colores no siempre indican lo que parece.

*Foto de portada: Informa BTL

Instagram: @anthdezrodicio / Twitter: @AHRodicio

6 Comentarios

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